LA PANDEMIA CAYO EN LA GRIETA. Artículo del Dr. Javier Vilosio
Por Javier O. Vilosio
Médico. Master en Economía y Ciencias Políticas. Docente
Probablemente era inevitable. La política argentina es un vórtice que todo lo devora, y, al final, nos devuelve más de lo mismo.
Alguien dijo alguna vez que solo los pesimistas cambian al mundo, porque los optimistas están contentos con lo que hay. Algunos, optimistas, quieren ver en esta crisis una oportunidad para repensar o reconstruir sobre bases diferentes algunas reglas básicas de nuestra convivencia social, en términos institucionales.
Es un hecho que hay una enorme cantidad de experiencias y aprendizajes que como comunidad podríamos -y deberíamos- utilizar para mejorar nuestras vidas en el futuro.
Aunque, diría un pesimista, el optimismo ante la pandemia es una actitud mucho más probable cuando uno no tiene que dedicar tiempo a deambular por guardias hospitalarias atestadas, pasar horas intentando comunicarse infructuosamente con el 148, lograr que su obra social le cubra un hisopado, esperar días y días para saber el resultado de un PCR (si es que no se perdió la muestra por el camino), o saber que alguien querido está sufriendo o muriendo en soledad. Solo por mencionar algunas de las tribulaciones directamente relacionadas con la enfermedad.
También, claro, si uno participa de algunos de los sectores de la economía que, a menos a nivel mundial (Argentina puede ser una excepción a todo…), resultarían “ganadores” en la crisis económica inherente a la pandemia.
En cualquier caso, es difícil sostener hoy, a cinco meses ya de distintas modalidades de aislamiento social o cuarentena, que saldremos mejores, como sociedad, de esta crisis global.
El espanto no nos unió. Quizás no es suficiente la dosis de espanto, o muy escasa la voluntad de unión. Demasiados actores socialmente visibles jugaron (y juegan) al uso extremo e inmoderado de palabras y conceptos efectistas pero insustanciales, insostenibles. O falsos.
La mala calidad de la política argentina, como práctica, y de muchos de sus protagonistas, así como de otros dirigentes sociales, funcionarios públicos, expertos varios y comunicadores, han ido empujando la información, los datos, las opiniones, las definiciones, hacia el mismo plano en que se debate habitualmente entre nosotros la puja político partidaria, hasta hacerlos, en muchos sentidos, indistinguibles.
La moderación es un valor perdido en la mayor parte del discurso público. Y la moderación arranca con la aceptación de la incertidumbre, la propia falibilidad y el reconocimiento de las voces ajenas. Pero entre nosotros la pandemia se ha integrado al discurso militante.
Y el discurso militante es, por definición, simple irrefutable, y verdadero. El militante no puede dudar, y está dispuesto a justificar hasta lo que no entiende o no comparte, porque cree que hacerlo es debilidad y, por lo tanto, fortalecer al adversario. El pensamiento militante subordina, inclusive, las consecuencias trágicas de una pandemia al interés político coyuntural. Los fines justifican los medios. La historia de la humanidad esta llena de ejemplos. Y también la de Argentina.
Un capítulo aparte debería dedicarse a los profesionales de salud que agitan sus certezas militantes en nombre, que ironía, de la “ciencia”. Algunos trataron de “estúpidos” y otros amenazaron con la muerte a quienes no comparten sus mismas convicciones.
Irónico lo de la ciencia, porque ciencia es lo contrario a certeza. Es justamente, su cuestionamiento metódico y autocrítico.
Pero, reconozcámoslo, la moderación tiene mala prensa en una sociedad que ama y repudia a sus líderes y sus gestas fundacionales con simétrica vehemencia.
Y aun así es imprescindible.
Millones de argentinos saldrán mucho peor de esta crisis: muchos vivirán menos, todos serán más pobres, sufrirán más enfermedades, vivirán en peores lugares, y tendrán menos educación y menos posibilidades laborales. La economía para ellos no es “un poco mas de ganancias”, sino subsistencia y futuro.
Mucho de ese sufrimiento podría ser menor si desde el principio gobernantes, dirigentes y expertos hubieran recordado aquella frase de Virchow: “Una epidemia es un fenómeno social que conlleva algunos aspectos médicos”.
Hoy, es imperioso reconocer que cuanto más de nuestra institucionalidad y convivencia social caigan en la grieta, más doloroso y aciago será el futuro para todos. Ojalá lo podamos evitar.
Excelente articulo
ResponderBorrarMuy buena reflexión
ResponderBorrar