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sábado, 3 de abril de 2021

MEDICINA, CONFLICTOS DE INTERES Y PANDEMIA. Artículo del Dr. Javier Vilosio

 

Por Javier O. Vilosio

Médico. Master en Economía y Ciencias Políticas.

En este último año tanto los profesionales del equipo de salud como la población en general hemos estado recibiendo enorme cantidad de información y datos referidos a la pandemia, en sus múltiples aspectos, incluyendo cuestiones técnicas y, mayormente, de gran relevancia, impacto social y potenciales consecuencias sobre la salud pública.

Buena parte de esa información nos llega cotidianamente mediada por expertos (o, al menos anunciados como tales en los medios y las redes sociales, lo cual no es un tema menor) y organizaciones de carácter profesional o académico, supuestamente ajenas a cualquier otra consideración que no sea la del bien común (que no es, como es clásico aclarar, la suma de lo que es bueno para cada uno).

También, claro, nos llegan informaciones y análisis a través de fuentes políticas, tales como el gobierno o los representantes de diversas facciones u organizaciones -no todas de índole partidaria- alineadas en concepciones ideológicas explícitas. Respecto de éstas, y sobre todo en un país profundamente dividido por la política partidaria, en general estamos todos más advertidos, y es, para muchos, una elección explicita creer o rebatir a unos u otros. En argentina, todo es “militable”.

Pero hoy me quiero referir a los expertos y a las organizaciones que, casi siempre invocando a la ciencia, promueven análisis, conclusiones o recomendaciones que calan muy hondo en una sociedad golpeada y sensibilizada por las múltiples consecuencias de la pandemia; las actuales y la previsibles.

Y es respecto de ellos que no hemos escuchado sobre los conflictos de interés.

Los conflictos de interés son un problema serio en la medicina, y absolutamente ignorado en la difusión pública de información sobre la pandemia.

Un dato de color: una búsqueda rápida en Pubmed (“conflict of interest”) arroja hoy 685.367 resultados (el primero, de 1962). De ellos, 190.967 corresponden a publicaciones de 2020, y 30.273 a los dos primeros meses de este año.

Es llamativo que en el contexto de un mercado multi billonario de equipamientos, insumos, equipamientos y particularmente vacunas, y la repercusión política y social mundial y doméstica de la pandemia no reparemos en los juegos de intereses mediados tanto por funcionarios “capturados” (en términos de la economía política) por aquellos a quienes deben controlar, y el papel de los expertos, muchos de los cuales son los denominados por la industria farmacéutica “líderes de opinión” (o KOL: key opinion leaders).


Los KOL ocupan un lugar importantísimo en las estrategias de comercialización de la industria farmacéutica.


La Sociedad Argentina de Marketing Farmacéutico explica en su página web que las funciones más importantes de los KOL son “Diseminar información brindada para la compañía. Influir sobre la opinión de sus pares. Mejorar la percepción de las ventajas de los medicamentos. Obtener y transmitir feedback valioso sobre las opiniones y conductas de sus colegas. Influir sobre la conducta de sus pares incrementando de la prescripción de un fármaco.”


De manera que convendría no asumir que muchos de los pronunciamientos, recomendaciones o sugerencias que se difunden provienen de la mirada aséptica de profesionales y organizaciones que habitualmente mantienen vínculos con empresas o grupos de interés en muchos casos muy comprometidos con la economía o la política del mundo en pandemia.


Justamente, la definición de conflicto de interés hace referencia a la posible confrontación entre el interés (beneficio) público y el interés (beneficio) personal.


Es por lo menos ingenuo ignorar esta tensión.


En términos de la Ley de Ética pública, aplicable a los funcionarios del Estado, para que exista conflicto de interés no importan las intenciones de la persona, ni si finalmente ha obtenido o ha podido obtener algún beneficio concreto. El conflicto de interés debe ser gestionado apartándose de aquellos temas en los cuales tenga o haya tenido intereses personales en el último tiempo.


En la medicina, lo indicado es explicitar el posible conflicto. Lo que en la práctica significa informar al auditorio si el experto ha recibido o recibe algún tipo de remuneración, honorario o beneficio, económico o no, de algún grupo interesado en el tema en el cual ha desarrollado su expertise.


Este criterio podría ampliarse a organizaciones profesionales o académicas que también reciben financiamiento o colaboración material de, por ejemplo, la industria farmacéutica.


No es malo mantener vínculos comerciales con grupos económicos dispuestos a promover o apoyar actividades de investigación o mejoramiento de capacidades institucionales. De hecho es muy bueno, y en muchas ocasiones imprescindible.


El problema es no explicitar esos vínculos.


Como decía mi abuela, ser y parecer.




 

martes, 10 de noviembre de 2020

APRENDIZAJES, OMISIONES Y DECISIONES. Artículo del Dr. Javier Vilosio

Aprendizajes, omisiones y decisiones
 

Por Javier O. Vilosio

Médico. Master en Economía y Ciencias Políticas. Docente

 

Vamos a aprender mucho de esta pandemia. En esencia, porque el aprendizaje es inherente a la condición humana. Tanto como la necesidad de reducir la incertidumbre que el futuro representa, y el deseo de construir un mañana diferente.

Sabemos que existe el aprendizaje en muchas otras especies animales, los pulpos, por ejemplo. Claro que, hasta el momento, los sabrosos octópodos no se han organizado socialmente a través de instituciones. Y esa es una gran diferencia.

Los humanos contamos con la ciencia, que nos brinda conocimientos -no certezas-; la filosofía que nos guía y nos incomoda en la formulación de las preguntas fundamentales de la existencia (¿reflexionaran los pulpos sobre su propia vida?), y el arte, ese gran espejo de nuestra cultura. Y también la historia, imprescindible para recordarnos el futuro posible, revisando nuestras raíces.

Con estas diferencias, que implican diferentes intencionalidades, aprender es tan propio de nuestra existencia como lo es para el pulpo. Y para ambas especies es, al final, cuestión de subsistencia.

Los aprendizajes que vamos haciendo sobre la pandemia son múltiples.

Hace menos de un año que se reportó el primer caso de COVID-19 en China, y desde entonces sabemos mucho más sobre el virus, y bastante más sobre la enfermedad.

Sin embargo, mediada la respuesta social por instituciones políticas, algunos aprendizajes que nos brinda la historia han sido ignorados.

No sería intelectualmente honesto poner en nuestro listado de aprendizajes novedosos las esperables consecuencias económicas, sociales y éticas de muchas de las medidas de control impuestas frente a la emergencia.

Eso no es novedoso, tal y como la historia y otras ciencias sociales lo muestran.

Pero contra toda experiencia histórica, la decisión mayoritaria fue mirar la pandemia exclusivamente por el ojo de la cerradura de la infectología.

Una consecuencia de esa decisión política fue plantear la contraposición entre los términos salud y economía.

Claro que la épica de esa afirmación tuvo al principio un efecto beneficioso para quienes la defendieron: es la nuestra una sociedad siempre ávida de salvadores benéficos, y en lo posible grandilocuentes, y funcionó bien cuando todavía se aplaudía por la noche a los “héroes” de la salud, y se afirmaba que el fortalecimiento del sistema se lograría con más camas de terapia y respiradores. 

Entre las cosas que ya sabíamos está que la política no se lleva bien con la incertidumbre. Los políticos necesitan ofrecer certezas, y los consumidores las prefieren.

Hoy los nervios se han crispado. La sombra de la tragedia social comienza a desplazar a la preocupación por la enfermedad, y se difunde la certeza de que las cosas tampoco están saliendo bien en materia de salud.

Se desmorona la confianza en aquella promesa de proteger las vidas desestimando las consecuencias económicas, psicológicas y sociales de una parálisis sine die. Y la autocrítica no es apreciada en la cultura política nacional. De manera que la política sale a buscar culpables. Igual que se ha hecho en siglos pasados, frente a otras pestes.    

Volviendo a nuestro tema: cuando la realidad desmiente las afirmaciones militantes, el aprendizaje puede ser una buena excusa para guardar bajo la alfombra lo que ya sabíamos, y preferimos ignorar.

Pero hay omisiones que no son aprendizajes; son sencillamente malas decisiones. Y deberían asumirse las responsabilidades.

Un ejemplo, entre varios otros posibles, es la cuestión de la información.

Argentina ha degradado, desde hace años, su sistema de información sanitaria. El resultado es que ante esta emergencia, y a casi ocho meses de su inicio, sabemos que no contamos con números confiables y oportunos de casos y fallecimientos. Dos insumos básicos para la gestión de la crisis.

Sería absurdo asumir que en 30 o 60 días las nuevas autoridades hubieran podido resolverlo.

Pero es inadmisible que en base a esa debilidad estructural del sistema se hicieran afirmaciones taxativas, se lanzaran comparaciones innecesarias y falaces, se profundizaran confrontaciones políticas, se estigmatizara a las personas, y se propagandizaron éxitos inexistentes.

La necesidad de contar con un sistema de información sanitaria de calidad, solo un ejemplo, no deberá considerarse, entonces, un aprendizaje de la pandemia, sino el doloroso recordatorio de la incapacidad de la política para generar transformaciones relevantes en el sistema de salud argentino.  

Omitir lo que Virchow ya sabía hace más de cien años, fue una decisión: Una epidemia es un fenómeno social que tiene algunos aspectos médicos”.

 



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